sábado, 2 de noviembre de 2013

Fundirse

Estamos en la periferia, en uno de esos sitios en los que la ciudad se despega y el cielo aparece más abierto. Nos dirigimos hacia un descampado. El soplo de los coches, el sonido urbano, retumba entre los edificios que se abren al solar, ausencia urbana. Las luces ambarinas de las noches se alejan, las sombras se proyectan. 

Caminamos hacia más o menos la mitad. El perro corre dando vueltas, y sólo se ve el brillo en su lomo. Una pareja se besa contra la luz de una farola. Nos paramos. Le cojo de las manos, le brilla un anillo, le acaricio los nudillos. Somos buenos alumnos, practicamos todas las semanas con lo que vemos en clase. Así que, le pregunto:

- ¿Te ves aquí?

- Sí. Totalmente - y sonríe. 

Claro que se ve aquí. Su pelo se deshace en los ladrillos de los edificios, las nubes se le entremezclan en sus canas tan retro, y de repente es como si nos disolviéramos en este solar, nos fusionamos en este trozo de Madrid que acabamos de conocer.Cuántos lugares nos quedan por conocer, cuántas oportunidades, como si esto fuera un videojuego en el que nuevos objetivos y misiones se desbloquearan constantemente. Cuándo todo parecía estático de repente todo vuelve a cambiar, cosas que no estaban allí hace un año ahora descolocándose y volviéndose a apilar. Y de repente te ves: te ves en este sitio y en muchos, te ves en la invisibilidad más absoluta de los huecos vacíos de la ciudad que escapan de la luz de las farolas. 

La pareja y el perro nos recogen. Ellos también ante sus cambios y sus nuevos principios. Yo le aprieto fuerte de las manos, con todo el volcado adrenérgico que se produce ante un nuevo comienzo. Y sólo me sale decir, en voz muy bajita:

- Te quiero. 




No me interesa recordar qué dice esta canción. Me basta con cómo suena. 


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